A partir de los años ’20 la producción musical culta en América Latina, ante la urgencia de romper con atávicas dependencias culturales, se enfrenta a un proceso de refundación ideológica y estética. Un encuentro con las raíces y, posteriormente, la reinvención de los procedimientos técnicos y estructurales de la vanguardia musical histórica europea van a ir articulando un nuevo lenguaje. Nuevos sonidos, nuevas propuestas ‘americanistas’ entran en escena.
Las primeras experiencias experimentales de música en América Latina surgen en Chile alrededor de 1960. A esta fecha, la llamada “música concreta” ya había sido difundida a través de audiciones y conferencias en la Universidad Católica de Santiago, gracias a los aportes de José Vicente Asuar y Samuel Claro.
El caso de las vanguardias en Latinoamérica es singular: si bien es evidente el aporte de algunos músicos europeos para la formación y consolidación técnica de los compositores latinoamericanos interesados en nuevos lenguajes, también es cierto que una mayoría aprovechó esa formación para definir mejor un credo latinoamericanista, muchas veces inspirado en estéticas vernáculas americanistas del tipo de Canto General de Neruda, de la poesía de un Vallejo, del aporte de un José Vasconcelos o de las teorías “antropófagas” de un De Andrade.